Transitar por las calles de cualquier ciudad en Venezuela se ha convertido en una dinámica de encierro dentro de un encierro, de protección de la protección, de capa sobre capa, tras infinidad de rejas, muros y paredes que han roto el vínculo entre ciudadano, espacio privado y espacio público tanto desde el aspecto visual como de lo físico, convirtiéndonos en habitantes de ciudades murallas, estando continuamente tras las rejas, tanto desde la situación física y literal del elemento reja o muro, como desde la situación metafórica del sentirse en una jaula.

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Pensar en las ciudades de la Edad Media nos lleva a relacionarnos directamente con ciudades amuralladas, protegidas de ataques bélicos, murallas que quedan como restos arquitectónicos de civilizaciones que fueron creadas a partir de violencia y de protección, pero en la actualidad, ¿Qué pasa en Venezuela tras esas murallas y esas protecciones físicas?  ¿Cómo nos aislamos a través de elementos físicos de situaciones sociales?

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Esta reflexión me lleva a pensar en los micromundos individuales que se crean tras esos elementos de protección, tras esa zanja física que se ha creado entre todos los habitantes que irrumpe lo público y lo privado, que rompe el vínculo del ciudadano con su ciudad, que expulsa al peatón a espacios amurallados por artefactos de protección de otros espacios.

Ver a través de las rejas, ver a través de ojos mágicos, de huecos de puertas, de pequeñas ventanas, encerrarse en un patio delantero o trasero como en una caja fuerte para sentirse resguardado en cada lugar que habitamos, esto visto desde adentro, pero desde afuera, barreras que conforman infinitas líneas en el espacio público y que crean pequeñas islas aisladas dentro de la ciudad.

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Es una pequeña muestra de un problema a gran escala, como nos encontramos los venezolanos encerrados dentro de nuestro propio país, dentro de nuestros propios espacios, aislándonos y protegiéndonos de forma individual, dejando al colectivo aislado.